sábado, 8 de diciembre de 2007


Boca hizo una caminata en japón

TOKIO.– La mirada se tropieza con una ciudad tecnológica, inteligente, que parece tener identidad propia. Sin embargo, con apenas una pequeña escapada más allá de esa urbe impactante de carteles luminosos, la imagen se distorsiona: calles angostas que suben y bajan y se pierden en la oscuridad de un camino zigzagueante, custodiado por árboles rojizos que le agregan encanto al recorrido. Por un momento uno se imagina que está de visita en otro lugar y no aquí, en el templo de la modernidad y el futurismo.




Mucho menos cuando esa senda desconocida se abre paso entre una lomada e irrumpe de golpe en el ameno hotel Four Seasons de Chinzan-So, la casa de Boca en esta nueva excursión por Japón. Después de 27 horas de viaje, el equipo argentino cruzó casi todo el planeta para competir por primera vez en el Mundial de Clubes. Ya había estado en Oriente jugando la Copa Europeo-Sudamericana, tres veces en los últimos seis años. Estas tierras simbolizan nostalgia y atesoran algunos de los recuerdos más maravillosos de la historia de los xeneizes.




Aquí el vigoroso músculo financiero de Real Madrid y Milan no logró contrarrestar el corazón de Boca, que se entusiasma con obtener una nueva estrella. Las experiencias anteriores le dieron a Boca cierta habilidad para superar situaciones de la naturaleza, como la rápida adaptación a un huso horario totalmente opuesto: Tokio duerme mientras Buenos Aires abre los ojos.




La ecuación es sencilla: aquí hay 12 horas más. Fue una jornada en la que el reloj pareció eterno. El plantel boquense le presentó batalla al sueño y soportó un día y medio sin dormir, acaso la mejor estrategia que aconsejan los especialistas no bien se producen estos cambios tan abruptos y es necesaria una rápida adaptación. “Llegamos cansados, al mediodía, pero la idea era no dormirse. Por eso a la tarde los muchachos [se refiere los jugadores] trotaron en la cinta del gimnasio e hicieron pileta y sauna”, dijo Marcelo Trobbiani, uno de los colaboradores de Miguel Angel Russo. Ninguno de los jugadores se asomó por el lobby del hotel; todos optaron por recluirse en las habitaciones y descansar tras un viaje agotador.




A los pocos miembros de la delegación que se percibieron, todos estaban con los párpados caídos y pesados, tratando de darle una inútil batalla al cansancio. “La planificación es profunda. Hay que acostumbrarse rápidamente a la diferencia, ya lo hicimos desde el avión, intentando no dormir en el primer tramo [Buenos Aires-París] y cambiando los horarios de las comidas”, explicó el médico del equipo José María Veiga.

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